....... Las olas no superarían los 3 metros; pero eran muy escarpadas, casi todas con crestas y con un ciclo muy corto; cuando el velero las remontaba se quedaba un instante en el aire y caía a plomo en el valle dando unos pantocazos terribles, lo que obligaba a gobernar para tomarlas por la amura cuando las escalaban y volver luego a rumbo en la cuesta abajo.
Así siguieron durante unas horas, de vez en cuando el que llevaba la caña se hartaba de los rociones y pedía el relevo, el barbado aprovechaba estos descansos para comer unas galletas de chocolate que Miguel tuvo el acierto de llevar, comprobar si el motor se sobrecalentaba o le daba por perder más aceite y gasoil del acostumbrado y también para tumbarse a descansar en el banco de la bañera; pero dejó de hacerlo cuando por dos veces el barco bajo más rápido que su tripulación una ola y se encontró levitando, nada del otro mundo si no fuera por que cuando la ley de la gravedad le volvió a atrapar ya no tenía banco debajo de su espalda, sino el suelo de la bañera. Por lo menos esos aterrizajes sirvieron para que Miguel se riera, algo que necesitaba; el barbicano debía de tener una pinta muy divertida, manoteando en el aire en un inútil intento de volar, con los ojos como platos y los pies colgando de la barra de escota. Otro que por entonces de reía (lo supieron después) era Viki, que volvía a las Palmas en coche por la carretera de la costa y los vio saltando como locos rodeados de borregos y espuma. Esos pantocazos llegaron a ser tan fenomenales que el pelicano decidió........
Así siguieron durante unas horas, de vez en cuando el que llevaba la caña se hartaba de los rociones y pedía el relevo, el barbado aprovechaba estos descansos para comer unas galletas de chocolate que Miguel tuvo el acierto de llevar, comprobar si el motor se sobrecalentaba o le daba por perder más aceite y gasoil del acostumbrado y también para tumbarse a descansar en el banco de la bañera; pero dejó de hacerlo cuando por dos veces el barco bajo más rápido que su tripulación una ola y se encontró levitando, nada del otro mundo si no fuera por que cuando la ley de la gravedad le volvió a atrapar ya no tenía banco debajo de su espalda, sino el suelo de la bañera. Por lo menos esos aterrizajes sirvieron para que Miguel se riera, algo que necesitaba; el barbicano debía de tener una pinta muy divertida, manoteando en el aire en un inútil intento de volar, con los ojos como platos y los pies colgando de la barra de escota. Otro que por entonces de reía (lo supieron después) era Viki, que volvía a las Palmas en coche por la carretera de la costa y los vio saltando como locos rodeados de borregos y espuma. Esos pantocazos llegaron a ser tan fenomenales que el pelicano decidió........
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