martes, 16 de octubre de 2007

Capítulo 27

...............dejar de pasar la caña a Miguel, consideraba que si el velero se abría como una sandía madura tenía que ser bajo su responsabilidad. Esto le dejó expuesto a los rociones, pero también le daba metas a corto plazo; pasaré esa ola por la amura de babor, esquivaré esa cresta rompiente, doblaré esa punta; por Dios que llegaré a puerto, es decir que le daba algo en que concentrase y no le dejaba pensar demasiado en como estaría tomando el casco el castigo, ni en las olas que corrían por la cubierta y que caían en cascadas dentro de la cabina desde los portillos, ni en la puerta del camarote de proa que se abrió de golpe a pesar de tener pasado el pestillo -lo que daba una idea de cómo se estaba retorciendo el casco- ni en el run, run del motor que a sus oídos sonaba como YOMERROMPOYOMERROMPOYOMERROMPOYOMERROMPO, ni en el estado de su tripulante.
Por que Miguel, debajo de la capota de lona que protegía el tambucho, con el brazo izquierdo rodeando un winche para no caerse y con la cabeza apoyada en el derecho era como una alegoría de la más negra desesperación, sobre todo cuando el crepúsculo los encontró en la trapisonda que monta el Roque de Gando, a muchas horas por delante del abrigado puerto de las Palmas; tan negro lo veía todo que los mensajes que acertaba a mandar con el móvil a su chica -poco menos que despedidas a la humana existencia y promesas de amor eterno al estilo de goost- consiguieron espantarla de tal forma que buscando explicaciones para su próxima viudedad los reenviaba a Viki, que casi se vuelve a herniar de risa al leerlos. Poco después de esto......................

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