La comida con los “chicos franceses” fueron unos enormes espetos en el Café Sport, todo regado con vino de Pico y acompañado con queso de san Jorge y patatas fritas. Fue una agradable comida con la compañía siempre alegre de Didier y Jean Marie, todo estaba rico y seguíamos zampando con el placer casi infantil de los recién desembarcados.
Después de la comida acompañamos a la trouppe gala a alquilar un coche. Como la oficina era un poco pequeña yo me quede fuera hasta que las risas y carcajadas me hicieron entrar. El chiste era el carnet de conducir de Didier; estaba expedido en 1960 aun con la foto original que le hicieron hace medio siglo. Apretujados en el coche que alquilaron dimos una vuelta por la isla que aunque corta bastó para convencerme de lo bonita y cuidada que es la isla de Faial. La excursión acabo en el volcán de Capelinos, esta es una zona volcánica muy reciente, de mediados del siglo pasado y además de cepillarse un pueblo dejó medio enterrado en lava la planta baja de la casa de un faro. En este sitio se ha hecho un centro de vulcanología, un museo, una cafetería, una sala de proyección, y muchas cosas más que no pudimos ver al estar a punto de cerrar, este tinglado no estropea el paisaje por que es invisible; todo se hizo bajo tierra, con un extraordinario cuidado y buen gusto.
Además del volcán teníamos vistas de la costa oeste de Faial, un asiento de primera fila para ver la borrasca nos pronosticó Miguel y que afortunadamente nos perdimos. Supongo que si nos llega a pillar en el mar y metidos en faena, las sensaciones hubieran sido diferentes; sin embargo en tierra, abrigados, secos y calientes, era incapaz de imaginarme peleando con ese mar. Y eso que tengo mucha imaginación.
De vuelta en Horta nos despedimos de los lobos de mar franceses, quedando vagamente para dentro de algunos días y dimos por terminado el día
Después de la comida acompañamos a la trouppe gala a alquilar un coche. Como la oficina era un poco pequeña yo me quede fuera hasta que las risas y carcajadas me hicieron entrar. El chiste era el carnet de conducir de Didier; estaba expedido en 1960 aun con la foto original que le hicieron hace medio siglo. Apretujados en el coche que alquilaron dimos una vuelta por la isla que aunque corta bastó para convencerme de lo bonita y cuidada que es la isla de Faial. La excursión acabo en el volcán de Capelinos, esta es una zona volcánica muy reciente, de mediados del siglo pasado y además de cepillarse un pueblo dejó medio enterrado en lava la planta baja de la casa de un faro. En este sitio se ha hecho un centro de vulcanología, un museo, una cafetería, una sala de proyección, y muchas cosas más que no pudimos ver al estar a punto de cerrar, este tinglado no estropea el paisaje por que es invisible; todo se hizo bajo tierra, con un extraordinario cuidado y buen gusto.
Además del volcán teníamos vistas de la costa oeste de Faial, un asiento de primera fila para ver la borrasca nos pronosticó Miguel y que afortunadamente nos perdimos. Supongo que si nos llega a pillar en el mar y metidos en faena, las sensaciones hubieran sido diferentes; sin embargo en tierra, abrigados, secos y calientes, era incapaz de imaginarme peleando con ese mar. Y eso que tengo mucha imaginación.
De vuelta en Horta nos despedimos de los lobos de mar franceses, quedando vagamente para dentro de algunos días y dimos por terminado el día
No hay comentarios:
Publicar un comentario