El tiempo fue mejorando, las nubes se fueron supongo que a Galicia, la isla de Pico con su gran volcán se hizo visible al otro lado del canal e ir al mercado a por bacalao, verduras y las muchas variedades de pan y queso era un placer, así como buscar nuevos restaurantes como por ejemplo el Canto de Doca, especializado en carme y pescado a la piedra (seguíamos siendo estómagos andantes). También me dio por curiosear por ahí y una tarde di con una parte de la ciudad que no conocía, más vieja y tranquila que al parecer se llama Porto Pin y que en tiempos fue el antiguo puerto de Horta. Después de dar unas vueltas y hacer unas fotos me metí en la única playa de la isla (creo). Esta playa orientada al suroeste está dentro del puerto, por lo que el mar está como una piscina, aunque supongo que el día del temporal las olas entrarían a saco y metería miedo. Otra cosilla a tener en cuenta es que la playa es un cementerio de carabelas portuguesas, nunca las he visto en tal cantidad, al menos en tierra; literalmente hacían montones. En la otra punta de la playa había una antigua factoría, ahora reconvertida en un museo, donde procesaban las ballenas, principalmente cachalotes, que pescaban artesanalmente desde botes movidos a remos cuando estaban al acecho y con una gran vela cangreja para las travesías. Reconocí esos botes, los había vistos idénticos en el puerto; ya no pescan ballenas y se dedican a regatear. El museo está bien y a mi juicio merece un paseo para verlo.
Cuando pasó la borrasca, los 3 veleros que estaban entre nosotros y el muelle decidieron zarpar, así que un buen día nos tocó soltar el lío de amarras que teníamos montado y dar vueltas en el puerto despidiéndonos de nuestros vecinos según salían de la marina. Cuando acabo la procesión volvimos a nuestro amarre; pero no pudimos entrar por que un patrón oportunista decidió esperar a un compañero en tan escogido lugar que no nos dejó espacio para maniobrar. Yo le grité al individuo algo así como “guat taim yu gou” mientras Viki le lanzaba su mejor mirada asesina. Sorprendentemente esa mirada no lo espantó lo suficiente como para bloquearlo, y me respondió algo en ingles, que a mis entendederas sonaba como que en 15 ó 50 minutos saldría. Por suerte para el fueron 15 minutos por que a esas alturas la mirada del patrón era tan peligrosa el ácido clorhídrico. El segundo intento fue una maniobra perfecta que nos dejó pegados al muelle y sin nadie abarloado; un privilegio que no duró, cuando nos quisimos dar cuenta ya nos tenían emparedados y con las tripulaciones de 4 grandes veleros cruzando la cubierta; aquello parecia la Gran Via.
Cuando pasó la borrasca, los 3 veleros que estaban entre nosotros y el muelle decidieron zarpar, así que un buen día nos tocó soltar el lío de amarras que teníamos montado y dar vueltas en el puerto despidiéndonos de nuestros vecinos según salían de la marina. Cuando acabo la procesión volvimos a nuestro amarre; pero no pudimos entrar por que un patrón oportunista decidió esperar a un compañero en tan escogido lugar que no nos dejó espacio para maniobrar. Yo le grité al individuo algo así como “guat taim yu gou” mientras Viki le lanzaba su mejor mirada asesina. Sorprendentemente esa mirada no lo espantó lo suficiente como para bloquearlo, y me respondió algo en ingles, que a mis entendederas sonaba como que en 15 ó 50 minutos saldría. Por suerte para el fueron 15 minutos por que a esas alturas la mirada del patrón era tan peligrosa el ácido clorhídrico. El segundo intento fue una maniobra perfecta que nos dejó pegados al muelle y sin nadie abarloado; un privilegio que no duró, cuando nos quisimos dar cuenta ya nos tenían emparedados y con las tripulaciones de 4 grandes veleros cruzando la cubierta; aquello parecia la Gran Via.
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