Es de noche y la oscuridad sería total, si no fuera por las luces que llegan al pantalán de los veleros que están atracados de popa y de los faroles que cada 10 metros iluminan los grifos de agua y las acometidas eléctricas que sirven a los yates. Es gracias a estas luces que un hombre alto, con una canosa melena que amarillea por culpa del sol, una descuidada barba y aspecto cansado, consigue salir trastabillando de su velero, blasfemando entre dientes y casi tropezando con la manguera que el desastre de vecino que le ha caído en suerte siempre deja tirada.
La noche es silenciosa pero no del todo, pues además de los juramentos que sigue lanzando el canoso, quizás por los crujidos que salen de su espalda al enderezarse, después de estar toda la tarde doblado pasando cables por las taquillas de estribor, tambien se escuchan los rugidos de su vientre, sintoma de un hambre canina por pasar todo el día con un bocadillo y unas galletas revenidas que una chica olvido hace algún tiempo en un pañol.
Después de enderezarse el hombre alto, enfadado, dolorido, y hambriento recogió la mochila que había tirado al pantalán desde el barco y se dirigió a la salida, cuando una voz le llamó..........
Otro día seguiremos contando quien llamó al barbicano
La noche es silenciosa pero no del todo, pues además de los juramentos que sigue lanzando el canoso, quizás por los crujidos que salen de su espalda al enderezarse, después de estar toda la tarde doblado pasando cables por las taquillas de estribor, tambien se escuchan los rugidos de su vientre, sintoma de un hambre canina por pasar todo el día con un bocadillo y unas galletas revenidas que una chica olvido hace algún tiempo en un pañol.
Después de enderezarse el hombre alto, enfadado, dolorido, y hambriento recogió la mochila que había tirado al pantalán desde el barco y se dirigió a la salida, cuando una voz le llamó..........
Otro día seguiremos contando quien llamó al barbicano
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